San Daniel Comboni, apóstol de África.

San Daniel Comboni, apóstol de África.

Cada 10 de octubre la Iglesia Católica celebra a San Daniel Comboni (1831-1881), misionero y fundador de la “Compañía Hijos del Sagrado Corazón de Jesús”, instituto que adoptaría más tarde el nombre de “Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús” en honor a su fundador.

Hace veinte años, el 5 de octubre de 2003, el Papa San Juan Pablo II celebraba la Misa de canonización de este eximio misionero. Durante la homilía el Santo Padre recordaba cuánto “hacen falta evangelizadores que tengan el entusiasmo y el celo apostólico del Obispo Daniel Comboni, apóstol de Cristo entre los africanos”. 

“Él empleó los recursos de su rica personalidad y de su sólida espiritualidad para dar a conocer a Cristo y hacer que fuera acogido en África, continente que amaba profundamente”, añadió el Pontífice.

San Daniel Comboni nació en Limone sul Garda, Brescia (Italia), en 1831, en el seno de una humilde familia de campesinos. Inició sus estudios en Verona, en el Colegio San Carlo, y luego pasó al Instituto fundado por el Padre Nicolás Mazza. Allí estudió filosofía y teología, y fue allí también donde empezó a interesarse por las misiones en el África Central. 

Fue ordenado sacerdote en 1854 y unos años después, lleno del espíritu misionero que Dios suscitó en él, partió rumbo a África. Ahí encontró una realidad caracterizada por la pobreza material y la miseria espiritual, con gentes que no conocían a Dios y que al mismo tiempo carecían de las condiciones básicas para vivir dignamente. 

Comboni, de regreso en Italia, decidió ayudar a esos hijos de Dios por los que parecía que nadie estaba dispuesto a hacer algo. Como respuesta a tan grande necesidad, empezó a pedir recursos para la misión africana, primero viajando por distintos lugares de Europa y luego, incluso, pidiendo ayuda entre los obispos asistentes al Concilio Vaticano I, evento en el que participó. 

Daniel Comboni fue el fundador de dos institutos misioneros, uno de varones y otro de mujeres: los Misioneros Combonianos y las Hermanas Combonianas. Posteriormente, sería nombrado Vicario Apostólico de África Central y consagrado obispo en 1877.

Mons. Comboni, al lado de sus hermanos africanos, pasó innumerables peripecias y dificultades: la muerte de varios de sus misioneros, la enfermedad, las crueles sequías, el hambre y el asedio de esclavistas modernos. Por último, sus enemigos lanzaron sobre él todo tipo de falsas acusaciones, las que el obispo enfrentó con paciencia y caridad. 

Con todo, Mons. Comboni se mantuvo firme, fiel a la Cruz de Cristo y a su Iglesia. Mientras la salud lo acompañó, trabajó en pos de la consolidación de la actividad misionera en el África Central. Murió el 10 de octubre de 1881.

Actualmente, los combonianos trabajan en diversas obras misioneras alrededor del mundo y su presencia en África se mantiene incluso en zonas de conflicto, o donde los cristianos sufren persecución.

Por otro lado, los combonianos han calado en el alma y la cultura popular católica de varias generaciones a través de sus ágiles publicaciones: “Aguiluchos” y “Misión sin fronteras”, revistas con las que dan a conocer la labor misionera en el mundo de hoy.

San Cirilo de Jerusalén. De catequista a Doctor y Padre de la Iglesia

San Cirilo de Jerusalén. De catequista a Doctor y Padre de la Iglesia

Cada 18 de marzo, la Iglesia universal celebra a San Cirilo de Jerusalén, Doctor y Padre de la Iglesia. San Cirilo fue un obispo de origen griego que vivió en el siglo IV, considerado uno de los exponentes más importantes de la Patrística (periodo histórico de los Padres de la Iglesia) gracias a su contribución al desarrollo y esclarecimiento de importantes puntos de la doctrina cristiana.

San Cirilo es recordado y celebrado por haber ocupado la sede de Jerusalén, siendo en todo momento un fiel expositor y defensor (apologeta) de la recta doctrina.

Cirilo nació cerca de Jerusalén alrededor del año 315. Según la tradición fue ordenado sacerdote por San Máximo, obispo de la Ciudad Santa, quien le encomendó instruir a los catecúmenos. El santo realizó esta tarea por muchos años, algo que lo obligó a estudiar y conocer más de cerca los contenidos de la fe de cara a la Escritura. Más adelante se animaría a escribir y realizar aportes que resultaron cruciales para la teología de los sacramentos -en particular del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía-.

A partir del año 348, Cirilo sucedería a Máximo en la sede de Jerusalén. Así, se iniciaría un periodo de 35 años en los que el santo estuvo a la cabeza de la Iglesia de la antigua ciudad. Lamentablemente, de esas tres décadas y media pasó dieciséis años en el destierro de manera intermitente (tres destierros en total), a causa de numerosos enfrentamientos con quienes alteraban la letra y el sentido de las enseñanzas de Cristo. Uno de esos fue Acacio de Cesarea, precisamente quien lo ordenó obispo, creyendo que Cirilo uniría fuerzas con él en torno al arrianismo, con el que este simpatizaba. Cirilo, precisamente, por este tema terminaría enfrentado con Acacio.

Muchos de los escritos y homilías de San Cirilo no gozaron de la aceptación de muchos poderosos por su virtud y ortodoxia. Cirilo fue afinando posiciones doctrinales inspirado en la enseñanza establecida en el Concilio de Nicea (A. D. 325), primer concilio ecuménico, en el que se hizo frente a arrianistas y paganos en el terreno político y eclesial.

El Papa Benedicto XVI recordaba en la Audiencia General del 27 de junio de 2007 que son 24 los escritos de San Cirilo que han llegado a nuestras manos. Estos textos denominados “Catequesis” a secas, le merecieron al santo, siglos después, el título de Doctor de la Iglesia, concedido por el Papa León XIII en 1883.

Muchos de los escritos y homilías de San Cirilo no gozaron de la aceptación de muchos poderosos por su virtud y ortodoxia. Cirilo fue afinando posiciones doctrinales inspirado en la enseñanza establecida en el Concilio de Nicea (A. D. 325), primer concilio ecuménico, en el que se hizo frente a arrianistas y paganos en el terreno político y eclesial.

Las Catequesis son un conjunto de sermones pronunciados en la Ciudad Santa acerca de la penitencia, el pecado, el bautismo y el Credo (Símbolo de la fe), con el propósito de instruir a los catecúmenos y recién bautizados. De acuerdo al Papa Benedicto XVI, hay en estos textos un desarrollo de la teología sacramental en varios niveles, perfectamente integrados en la liturgia de iniciación cristiana, que los fieles han de renovar constantemente: “La catequesis de san Cirilo, basándose en las tres dimensiones descritas —doctrinal, moral y mistagógica— es una catequesis global en el Espíritu. La dimensión mistagógica [iniciación cristiana] lleva a cabo la síntesis de las dos primeras, orientándolas a la celebración sacramental, en la que se realiza la salvación de todo el hombre” (ver: Benedicto XVI, Audiencia General. Miércoles 27 de junio de 2007).

Por otra parte, San Cirilo recoge en su obra notas importantes en torno a los símbolos cristianos, como por ejemplo la Cruz del Señor o la roca que cerró el Santo Sepulcro. El interés por estos temas fue una herencia de San Macario, antiguo obispo de la Ciudad Santa, quien según la tradición apoyó a Santa Elena en la búsqueda de las sagradas reliquias de Cristo.

La historia de la Iglesia nos recuerda la importancia de la participación de San Cirilo en el Concilio de Constantinopla (el segundo concilio ecuménico de la historia) celebrado entre mayo y junio del año 381.

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