De alguna manera, todos hemos recibido educación en la fe. Unos desde niños, cuando nuestros padres nos llevaban a la iglesia cada domingo. Otros en la juventud, cuando en sus escuelas escuchaban el mensaje de Dios. Y otros en su vida adulta. En esta ocasión no importa cómo, cuándo o dónde, lo que en verdad importa es el amor que descubrimos en Dios para nosotros. El padre es amor y el hijo, nos enseña a amar.

Los católicos pasamos nuestra vida tratando de agradar a Dios con nuestras acciones. Y Jesús ya nos ha dado la clave para encerrarnos en su amor y en el amor de Dios:

“Un maestro de la ley se le acercó a Jesús y le preguntó: – ¿Qué mandamiento es el primero de todos?

Respondió Jesús: – El primero es: Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que estos.

El maestro de la ley le dijo: – Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él: y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: -No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevía ya a hacerle más preguntas”. (Mc 12, 28-34)

Para que puedas imaginar lo mucho que confundieron las enseñanzas de Dios en el antiguo testamento, el pueblo de Israel multiplicó los diez mandamientos en unos seiscientos treinta mandamientos. En el contexto de Jesús, el judaísmo antiguo está alejado de la voluntad de Dios.

Muchas personas hacen diferentes acciones buscando demostrar este amor a Dios. Jesús nos regala una gran enseñanza con este fragmento de su palabra: para amar a quien no vemos, hay que amar a quién sí vemos.

Entre todos aquellos mandamientos, prácticas, sacrificios u otros, que se pueden hacer en amor a Dios, no hay uno más importante que amar al prójimo como a uno mismo. Pero el primero sigue siendo Amar a Dios sobre todas las cosas.

Es clave entender que lo más importante es amar a Dios, porque de ese amor va naciendo el amor a uno mismo. Un amor que no se debe confundir con priorizar lo nuestro si no con aceptar nuestra fragilidad humana. Recordemos que somos templo del Espíritu Santo (1° Cor 6, 19) y donde habita el Espíritu de Dios, no debe estar sucio.

Sobre el amor al prójimo, la biblia nos regala muchísimos textos que podemos entender únicamente si estamos dentro del amor de Dios.

Cuando Jesús nos regala los mandamientos más importantes, también es una forma de decirnos que no podemos amar a Dios, sino amamos a nuestros hermanos. El sufrimiento en aquella época parecía ser parte de la cotidianidad, especialmente en aquellos que eran criticados, oprimidos o castigados por fanáticos religiosos que pensaban que los sacrificios eran lo único que agradaba a Dios.

Vayan a aprender lo que significa misericordia quiero y no sacrificios…” (Mt 9, 13.) La misericordia es el reflejo del amor que tenemos hacia el prójimo. En el evangelio, esta es la imagen que Jesús nos muestra del padre, nuestro padre.

Sean misericordiosos como es misericordioso el padre de ustedes” (Lc 6, 36). Esta es el vínculo de amor que nos hace hijos de Dios: La práctica de la misericordia es la prueba irrefutable de que amo a Dios padre.

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